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En el momento mismo de nuestra concepción se desencadenan procesos biológicos a los que en su conjunto denominamos proceso de desarrollo. Este proceso continúa de forma imparable a lo largo de toda la vida. Nada puede detenerlo, salvo la muerte. En su ininterrumpido transcurrir acostumbramos a diferenciar etapas como prenatal, niñez, adolescencia, juventud, adultez o madurez y senectud. Solemos referirnos a ciertas personas como «maduras», en función de su edad. Sin embargo, desde un punto de vista psicológico esa persona puede ser muy poco madura. A veces, en relación a una persona joven, decimos que es muy madura. En este caso queremos decir que su comportamiento es mas propio de alguien de más edad, desde la presunción de que las personas de más edad, por el hecho de tener más edad, muestran cualidades más deseables que las de los jóvenes. Este tipo de comentarios los he escuchado sobre todo atribuidos a personas que a pesar de ser jóvenes muestran gran responsabilidad, entendida como que son capaces de hacerse cago de asuntos que no les son propios por la edad. Otras veces es porque al afrontar estos asuntos dejan entrever actitudes atribuidas a otro momento vital. Como vemos, los jóvenes pueden mostrarse maduros. También lo contrario es cierto. Las personas maduras pueden reaccionar con comportamientos infantiles, incluso pueriles.

La madurez no es cuestión de edad, sino de habilidad para tolerar la adversidad.

Deberíamos diferenciar en mayor medida la madurez biológica de la psicológica. En este sentido, entiendo que la madurez psicológica de un sujeto crece en la medida en que incrementa su capacidad para afrontar con mayor equilibrio las vicisitudes por las que atraviesa en su periplo vital. Lo cual es el fruto de un continuado proceso personal de introspección retrospectiva de las respuestas dadas a cada nueva situación que le acontece —que puede darse con gran independencia de su edad—, con el fin de elegir aquellas que son más adecuadas, en términos de proporcionarle un creciente nivel de tolerancia y satisfacción personal. Al fin y al cabo, entendemos que alguien es más maduro cuanto mejor responde a al incierto devenir de los acontecimientos y por ende su vida es más plena.

Podemos alcanzar el final de nuestras vidas sin activar nuestro potencial de convertirnos en personas maduras.

Por lo general el proceso de maduración al que me refiero necesita ser consciente y guiado por alguien con mayor experiencia. Cuando nuestros recursos de afrontamiento son insuficientes y nos sentimos desbordados por las contrariedades, nos damos cuenta de que necesitamos nuevas herramientas para salir adelante. En ese preciso momento surge la gran oportunidad de madurar. En caso contrario, enrocado en nuestra propia perspectiva, saliendo del paso como buenamente es posible, sin tomar conciencia de las propias limitaciones, podemos alcanzar el final de nuestras vidas sin activar nuestro potencial de convertirnos en personas maduras.

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